viernes, 28 de febrero de 2014

SÍNTESIS DE LA TEOLOGÍA MORAL DE LA PERSONA HUMANA



SÍNTESIS DE LA TEOLOGÍA MORAL DE LA PERSONA HUMANA
            A.- La Persona como estructura moral y como destino de la responsabilidad moral
El ser humano tiene un modo peculiar de comportamiento que le permite  emanciparse de la tutela mecánica de la naturaleza.
De ahí que la persona y la “personeidad”; un espacio y un tiempo para la maduración de la “personalidad” constituyan el elemento medular de la misma estructura moral. Ni de hecho ni de derecho habrá acciones morales, ni estructuras morales, ni silueta moral para una sociedad, una clase social o una cultura, si las acciones y las omisiones no tienen en cuenta la misma estructura personal del ser humano y del mundo, ya inevitablemente humanizado.
La personeidad es, en consecuencia, el esqueleto mismo de la estructura moral del ser humano y de la sociedad humana. Para la teología, el concepto de persona no se reduce a la enumeración de sus propiedades. Para la fe cristiana, la persona se autocomprende como el único ser que ha sido llamado a entrar en diálogo con Dios.
 La moral de la persona no es un programa de mortificación, sino de vivificación. Es hora de recordar unas palabras del Concilio Vaticano II que evocan y profesan esta fe  laica y religiosa a la vez  en la prioridad del hombre sobre las obras de sus propias manos: «Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos» (GS 12a).
Por lo tanto, la persona es considerada a veces a tenor de algunas determinaciones adjetivales como su sexo o su raza, su edad o su capacidad de automoción. Tales reduccionismos constituyen una violación de la intima “verdad” de la persona y condicionan una respuesta pretendidamente ética que ignoraría la sustantividad misma de la persona. De ahí que la reflexión moral haya de partir inexcusablemente de la afirmación de la dignidad de la persona humana.
            B.- La Dignidad de la Persona Humana
En el marco de la historia de la salvación, la consideración de la estructura personal remite tanto a la Creación como a la Redención. El hombre es lo que es y en realidad, históricamente, el hombre es un ser pensado, proyectado, diseñado, creado por Dios, un ser rescatado, redimido, plenificado en Jesucristo un ser habitado y movido por el Espíritu de Dios.
            El Concilio Vaticano II sitúa la dignidad de la persona precisamente en el propio valor eminente, que ella debe realizar de forma libre por sí misma. Partiendo de tal convicción advierte contra el peligro de que la persona sea empleada como medio para un fin ajeno a sí misma “La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", con capacidad para conocer y amar a su Creador” (GS 12c)  Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona, no es solamente algo, sino alguien.  Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas, y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar”
El ser humano se subleva ante la mera posibilidad de ser reducido a la infracategoría de pieza plural, reemplazable, anónima y prescindible. La dignidad enlaza desde el primer momento los aspectos éticos con los aspectos metafísicos de la reflexión sobre lo humano.
Como se puede fácilmente adivinar, la Moral de la Persona depende directamente de la comprensión de la verdad de la misma persona. La reivindicación de su dignidad, como sujeto ético y como destinatario del comportamiento ético de los demás, reclama una comprensión adecuada de su personeidad, como “dato” previo a su proyecto individualizado de vida y a la realización concreta de su personalidad.
            C.- El hombre como unidad integral
El ser humano es a todas luces una realidad inabarcable, incluso para sí mismo. Las definiciones del hombre, “las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo, diversas y contradictorias” (GS 12b), son con frecuencia falsas, precisamente por tratar de ser simplificadoras. Van contra la verdad integral del ser humano.
Ante el enigma del ser humano, como ante el misterio de toda la realidad que es en sí misma enigmática31, la solución más sencilla y más tentadora, por tanto ha sido la que trata de dividirlo y parcelarlo. La respuesta de los dualismos, siempre recurrente, es la más simple y, por ello mismo, la más embaucadora.
            D.- La moral como fundamentación de la persona
No es fácil la fundamentación de la Moral de la persona. Las dificultades no vienen tanto de los elementos materiales como formales de la cuestión. El mismo carácter problemático mistérico de la persona y las adicionales sospechas coyunturales han convertido en espinosa la pregunta sobre el quehacer del hombre.
En la exhortación apostólica Christifideles laici, el papa Juan Pablo II observa que «se extiende cada vez más y se afirma con mayor fuerza el sentido de la dignidad personal de cada ser humano». El texto constata, además, que el nuestro es el siglo de los humanismos, entre los cuales parece necesario ejercer un cierto discernimiento.
Algunos, en efecto, acaban por humillar y anular al hombre y otros lo exaltan hasta la idolatría, mientras que algunos “reconocen según la verdad la grandeza y la miseria del hombre, manifestando, sosteniendo y favoreciendo su dignidad total” (ChL 5).

            E.- El ser humano, icono de Dios
Queda ya dicho que el ser del hombre es normativo para su quehacer moral. El hombre creado es el fundamento de la responsabilidad moral. Ese punto de vista puede ser compartido tanto por los creyentes como por los no creyentes. Es cierto que los creyentes afirman que la normatividad de lo humano es aclarada y radicalizada por la revelación. La creación es también «designio» y «proyecto» de Dios. La creación es también alianza. Si la naturaleza es para los creyentes creación, es también sacramento. El hombre ha sido definitivamente revelado en Jesucristo.
El hombre es imagen de Dios o mejor aún, es imagen de Cristo, imagen de Dios. Imagen de Dios ante el mundo cósmico y humano. Imagen del cosmos y de la humanidad ante Dios. Eso es el ser humano para la fe cristiana.
La persona se convierte en el «hombre nuevo» que vive el seguimiento de Cristo, gracias al Espíritu, y actúa de una forma resucitada, sabiendo que Cristo mismo actúa en su vida. El hombre es la norma. Pero si el hombre es pensado y creído como imagen de Dios, como tal ha de comportarse y como tal ha de ser tratado.
De esta confesión y de este seguimiento se deducen evidentes consecuencias para la relación del ser humano con los polos de ese trípode referencial lo otro, los otros y el Absolutamente Otro que lo configuran y convocan.
a)                           El hombre y el mundo La relación con el mundo cósmico y objetual, entendido como “lo otro”, que se ofrece al ser humano como manipulable y condicionante a la vez, es origen de cuestionamientos y responsabilidades.
b)                          El hombre y los demás hombres En el encuentro con el tú se realiza efectiva y circunstanciadamente el yo. La creación de la nostridad, está en íntima relación con la aparición de la tuidad y la yoidad. La dignidad de la persona humana se abre así al diálogo y respeto de todas las personas.
c)                           El hombre y su Dios: Ya en Puebla se hablaba de la relación del hombre con el mundo como señor, con los demás hombres como hermano, y con Dios como hijo.
En definitiva El ser humano es imagen de Dios: como tal ha de portarse y como tal ha de ser tratado.

                                                                             BIBLIOGRAFÍA
Flecha Andrés, José Román. Moral de la Persona. Amor y Sexualidad. B.A.C Madrid 2002

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